Y Alicáncano. Y Humo, voluta roja.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Viéndolas venir.

La muerte, como la vida, es inherente a nuestra existencia.

Esta semana me he topado dos veces con ella. Como nunca atendemos sus señales, luego siempre decimos que nos soltó los zarpazos sin avisar.

Si no la sentimos llegar es porque no nos da la gana, no se caracteriza por su sigilo, precisamente. Pero dada nuestra contumaz tendencia a ningunearla, casi siempre nos pilla desprevenidos.

Entonces es sintomático y generalizado recurrir a la gravedad del pensamiento trascendente. Debe tratarse de algún mecanismo de defensa o así, con claras intenciones de negar la realidad y continuar viviendo solapando lo obvio.

Seguir viviendo es más fácil. También puede uno optar por jugar a suicidarse a plazos, y tratar a la vida cual infinita y gravosa hipoteca. Si uno no atiende a los pagos te la resuelve por la vía rápida cualquier cirrosis galopante o un mal despertar de idea fija y obsesiva.

En cualquier caso, la muerte tan cotidiana, no supone gran cosa; Ni siquiera para la persona que deja de existir. Estoy seguro que cuando me toque a mí, si la veo venir, se me ocurrirá cualquier peregrinada sin importancia.

1 comentario:

Mar dijo...

La vida es muy bella,hay que vivirla y luchar; la muerte para el que se va no es nada,los que quedan sufren, un tiempo, pero a veces las cosas no tienen remedio y ante determinados casos yo entiendo que se quiten la vida,por que si esperan ya no pueden, la eutanasia no es legal.
Besos cu�ao.

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