Con solo nueve añitos ya va camino de ser mujer. Y yo soy su padre.
El otro día, mientras un amigo y yo disfrutábamos de taberna y conversación, los niños obtuvieron permiso para jugar en un parque cercano, regalándonos con su semiausencia unos ratos de asueto bastante caros de conseguir.
En esta ocasión, las frases, acostumbradas a saltar de lo importante a lo vanal con inusitada facilidad, fluyeron casi sin interrupción. Eran varios niños, y fuera lo que fuese a qué jugaban, permitía que los espíritus del alcohol y las ideas, retozasen despreocupados.
Uno no está acostumbrado a tales eventos, y claro, sonó la alarma.
Cuando la chiquillada de siete años hizo acto de presencia, visiblemente enardecida, contenta, victoriosa, y presta para un nuevo combate, comenzaron a cuadrar las cuentas.
Pensé y no me equivoqué, que habían estado peleando. Así que salí a la puerta.
Y allí estaba ella: Mi hija, con sus nueve años.
Esta vez, su hermano y el hijo de mi amigo no se habían dedicado, como es habitual cuando se llevan bien, a molestarla.
Al parecer, jugaron con Igor, el compañero de clase de Lucía, al escondite.
Los cuatro, no sé si alguno más.
Pregunté al brasileño por lo ocurrido y se quejó de las patadas recibidas, concretamente, de la niña de mis ojos.
Interrogué con la mirada las insufladas mejillas de Lucía y me contestó con rabia que Igor le daba besos.
Tardé unos instantes en decidir, porque estaba claro que mi hija me exigía venganza, algo así como descuartizar al osado, como mínimo. Y yo, curiosamente, no estaba por la labor. Combatir besos con patadas o patadas con besos, me trasladaba automáticamente a mi propia preadolescencia y a otras batallas similares.
Resolví la contienda recordandole a mi hija que no quería lios. Esto es, que aplicara al asunto inteligencia emocional hasta que yo diese orden de volver a casa. También reconvine a los fogosos escuderos para que calmasen sus guerreras intenciones.
Cuando regresabamos a casa, llevaba a mi hija abrazada a mí y le iba acariciando la nuca, que es un modo particular de hablar con ella sin tener que quedar aprisionado del verbo.
Tambien le comentaba que tendría que aprender a combatir moscones con otros medios, pero yo, moscón consumado, nunca entendí la aplicación de las artes femeninas en estos menesteres.
Ya en casa, se lo conté a Helena, porque le toca a ella y no a mí, instruir estas herramientas.
Yo quedé confuso y aliviado al mismo tiempo. No maté a nadie y me alegré de disfrutar el despertar de mi hija mayor a los lances de la vida.
El otro día, mientras un amigo y yo disfrutábamos de taberna y conversación, los niños obtuvieron permiso para jugar en un parque cercano, regalándonos con su semiausencia unos ratos de asueto bastante caros de conseguir.
En esta ocasión, las frases, acostumbradas a saltar de lo importante a lo vanal con inusitada facilidad, fluyeron casi sin interrupción. Eran varios niños, y fuera lo que fuese a qué jugaban, permitía que los espíritus del alcohol y las ideas, retozasen despreocupados.
Uno no está acostumbrado a tales eventos, y claro, sonó la alarma.
Cuando la chiquillada de siete años hizo acto de presencia, visiblemente enardecida, contenta, victoriosa, y presta para un nuevo combate, comenzaron a cuadrar las cuentas.
Pensé y no me equivoqué, que habían estado peleando. Así que salí a la puerta.
Y allí estaba ella: Mi hija, con sus nueve años.
Esta vez, su hermano y el hijo de mi amigo no se habían dedicado, como es habitual cuando se llevan bien, a molestarla.
Al parecer, jugaron con Igor, el compañero de clase de Lucía, al escondite.
Los cuatro, no sé si alguno más.
Pregunté al brasileño por lo ocurrido y se quejó de las patadas recibidas, concretamente, de la niña de mis ojos.
Interrogué con la mirada las insufladas mejillas de Lucía y me contestó con rabia que Igor le daba besos.
Tardé unos instantes en decidir, porque estaba claro que mi hija me exigía venganza, algo así como descuartizar al osado, como mínimo. Y yo, curiosamente, no estaba por la labor. Combatir besos con patadas o patadas con besos, me trasladaba automáticamente a mi propia preadolescencia y a otras batallas similares.
Resolví la contienda recordandole a mi hija que no quería lios. Esto es, que aplicara al asunto inteligencia emocional hasta que yo diese orden de volver a casa. También reconvine a los fogosos escuderos para que calmasen sus guerreras intenciones.
Cuando regresabamos a casa, llevaba a mi hija abrazada a mí y le iba acariciando la nuca, que es un modo particular de hablar con ella sin tener que quedar aprisionado del verbo.
Tambien le comentaba que tendría que aprender a combatir moscones con otros medios, pero yo, moscón consumado, nunca entendí la aplicación de las artes femeninas en estos menesteres.
Ya en casa, se lo conté a Helena, porque le toca a ella y no a mí, instruir estas herramientas.
Yo quedé confuso y aliviado al mismo tiempo. No maté a nadie y me alegré de disfrutar el despertar de mi hija mayor a los lances de la vida.
9 comentarios:
Con los recuerdos de otra memoria
me sentaré tranquilamente
y dejaré...
que el tiempo me alcance.
Daniel Melero
Yo estoy removiendo mi cuchara en una taza, confirmando que "la vida es un círculo vicioso" y que nada se detiene. Y así van pasando las horas...
Porque todos estos momentos son como estrellas fugaces y prefiero mirar siempre hacia delante, removiendo una cuchara...
Besos
concéntricos de café .... Helena.
He nacido hoy de madrugada
viví mi niñez esta mañana
y sobre el mediodía
ya transitaba mi adolescencia.
Y no es que me asuste
que el tiempo se me pase tan aprisa
sólo me inquieta un poco pensar
que tal vez mañana
yo sea
demasiado viejo
para ser lo que he dejado
pendiente...
Vaya me gusto el lugar q me enseño mi amiga, volvere por aqui, un saludo, su
Equilicua: Hermosa tu relación de los ¿hechos? Caiga un cómplice manto de esperanza, que no de duda, sobre los episodios que nos despiertan a la vida.
La "moza garrida" del poema árabe que me trasncribes...las lenguas se intercomunican, si es que en el fondo no son la misma. Garrida en ibicenco, como en el castellano antiguo, es chica impúber pero ya granujienta, chavala, etc. O sea, que tu hija, ya siendo una naciente moza garrida, te dará numerosos y afortunados motivos de reflexión, de flexión...
Guárdame vino, que ma salto la artrosis, me salto el régimen, me salto la meseta y me planto en Don Benito.
»-(¯`v´¯)-»Besos»-(¯`v´¯)-»
Mira, yo se que no es fácil andar recto, que las palabras son tan ligeras y el corazón tan terco ....
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___*H-E-L-E-N-A*
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Acepto gustosa tu invitación para cenar....
Besos hambrientos de.... jajaja...!!!!! uhmmm....!!!!
Helena.
Juan
Ummmmmmm
Y dormíamos tan juntos
que amanecíamos siameses...
Me parece curioso lo que cuenta este hombre por que creo que lo conozco, pero esta guapo.
Yo como soy un monstruo infecto estoy orgulloso del comportamiento de tu hija, me produce orgullo ajeno que un proyecto de mujer sepa defender su honor con la contundencia que crea necesaria. Es más a buen seguro que no recibió ningún osculo indeseable tras su heroica respuesta. Desde pequeñitos debemos aprender a controlar nuestros impulsos por que como machos de nuestra especie nos queremos follar a todas de manera irremediable. Hay que saber que el deseo ha de ser reprimido aunque nos acompañe hasta nuestra muerte.
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